El otro día vinieron unas amigas a casa a comer.
No es raro, lo suelen hacer de vez en cuando. ¡Me encanta! Sobre todo la sensación de que son gente de la casa y que no hay que preocuparse por poner mantel, por sacar las servilletas de hilo, la cristalería de Bohemia y la cubertería de plata, que saben dónde está el baño y que si encuentran las zapatillas de casa saliendo por debajo de la cama, no pasa nada. No piensan de nosotros que somos un desastre, unos guarros o unos dejados.
Nos tomamos unos gin-tonic a las cinco de la tarde tan ricamente, pusimos algo de música y hasta bailamos.
Total, a las ocho de la tarde C. estaba fregando los platos de la comida.
jueves, noviembre 08, 2007
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