viernes, marzo 13, 2009

Dilemas

El otro día, una amiga, me planteó un dilema. ¿Sería capaz de poner mi oficio a disposición de otros?

No me costó mucho pensarlo. Definitivamente SI.

No tengo nada claro que hace tres años mi respuesta hubiera sido la misma. Hubiera tenido que evaluarlo despacio, revisando todos los factores posibles y, aún, así me hubiera costado hacerlo.

¿Qué ha cambiado desde entonces? os preguntaréis algunos.

Aparentemente nada, pero todo en realidad.

He cambiado yo. He pasado de ser una mujer super-mega preocupada por cada uno de los detalles del 50% de mi vida a ser una “siempre-responsable-pero-tampoco-demasiado”. Es lo que tiene darse cuenta de que no tiene sentido pensar en hacer las cosas maravillosamente bien cuando el resto de los mortales no siguen el mismo ritmo, ni siquiera lo aprecian y, lo que es más grave, hasta les parece mal.

Soy una persona a la que las cosas siempre le han ido bien en la vida. No soy la más inteligente del mundo, pero me saqué la carrera más que dignamente. No soy la relaciones públicas número uno, pero encontré trabajo en una época en la que muchos de mis compañeros no tuvieron opción. De jovenzuela no ligaba ni para atrás, pero me casé con una persona maravillosa. Nunca fui la más independiente, pero me fui de casa con 24 años. Nunca he cambiado de trabajo, salgo con los mismos amigos de hace 20 años y mi economía está suficientemente saneada como para darme los caprichos que quiero (que dada mi forma de ser no son demasiados). Me considero una persona fiel a mis amigos, familia e ideas. Y lo mejor de todo es que siempre me he codeado con personas que iban en la misma “onda” que yo. ¿Suerte? puede ser. ¿Intuición quizás? no lo sé.

Y yo pensaba que el resto del mundo funcionaba igual. Pero, de repente, comienza a rodearme gente, aparentemente de lo más digna (en el buen sentido de la palabra) y en el fondo muy poco recomendable.

Y todo ha cambiado. Esa forma de funcionar se extiende como una mancha de aceite y la gente, incluso yo, altera su escala de valores y ahora acepta como natural cuestiones que antes ni se las planteaba.

Pues bien, lo confieso. Todo esto ha sido un shock para mí y he descubierto que en realidad nada es tan bueno como parece, pero, en cambio, puede ser mucho peor y, así, he conseguido desterrar mis propios prejuicios.
En el fondo igual no es tan malo porque, aunque soy una convencida de que esto es lo que me voy a encontrar de aquí en adelante, también existen esas otras personas con convicciones suficientes para seguir siendo buenas personas, que, y nunca me quitarán esta idea de la cabeza, es lo único que le hace falta a este mundo.

Lo dicho: Me vendo ¿alguien me compra?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo te compro.

Bueno, lo haría si pudiera. Porque hay un taller de novela romántica que me chupa los ahorros mes a mes.

Algún día aprenderé a mantener la boca cerrada, lo prometo. Está claro que algunas preguntas es mejor no formularlas, sobre todo si se ignora las reacciones que pueden provocar.

Insisto. No veo nada de malo en venderse. Todos nos vendemos, todos trabajamos por un sueldo (algunos hasta gratis). Te aseguro que si se pudiera vivir del aire yo me encerraría en una biblioteca y me dedicaría día y noche a leer.

Anónimo dijo...

Bueno Ana, me ha gustado el párrafo de tu minibiografía.... en eso no nos parecemos, Miss Optimismo... me lo has pintado rosita rosita... y me alegro.

Espartana, chincha y rabia que yo me encierro a diario en una blioteca (básicamente a leer)... ¡y me pagan por ello!

En cuanto a poner mi mano a disposición de otros.... SÍ... siempre que disfrute con lo que estoy haciendo, porque escribir a disgusto eso si que no....

Por cierto, soy Montse.

Anónimo dijo...

¿lo mereces?

Ana Iturgaiz dijo...

Respuesta a anónimo:

Pues, la verdad, no lo sé.

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