Esto de la democracia está muy bien pero a veces ¡me gustaría echar algo en el agua para que a cierta gente se le aclaren las ideas! ¡Hay cosas que no entiendo!
Yo, creo que, soy una persona bastante tolerante pero no entiendo que la gente vote un gobierno que es el que menos presupuesto se gasta en sanidad y educación de este país.
Paso porque a mucha gente esto de la educación se la trae al fresco pero ¿y lo de la sanidad? ¿Es que la familia de los que votan a este gobierno nunca se ponen enfermos? ¡Ah! Supongo que muchos tendrán seguros privados. Esto está bien para hacer la revisión del ginecólogo y una radiografía en un momento dado pero ¿cuánta de esta gente acaba en la sanidad pública cuando en realidad hablamos de cuestiones, pruebas, operaciones, enfermedades complicadas?
¡C. que al final lo necesitamos todos! ¡Habrá que pagarlo! ¿no?
Perdón
Nueva RESEÑA
Hace 3 semanas
1 comentario:
Después de los años dorados de las políticas sociales, algunos decidieron volver a la carga, no fuera que acabaran perdiendo definitivamente el chollo. Un tal Friedman empezó a contar una serie de tonterías, en contra del más elemental sentido común. El caso es que, tras aplicar por la fuerza sus recetas (ahí queda el caso terrible de Chile), empezaron a convencer al electorado anglosajón, ganando voluntades y elecciones.
Es sorprendente que un discurso tan estúpido, tan evidentemente falso, acabe por convencer incluso a aquéllos que quedan manifiestamente perjudicados por la aplicación de esas fórmulas.
El caso es que, en los últimos treinta años, ese discurso y esa política se han extendido, hasta el punto de convertirse en un dogma incuestionable, aceptado incluso por las fuerzas que anteriormente fueron artífices de las políticas sociales y la construcción del estado del bienestar.
Un análisis mínimamente riguroso pone de manifiesto las verdaderas consecuencias de esas recetas:
- El principio de la competencia malgasta y anula mutuamente esfuerzos, beneficiando a unos pocos y perjudicando a casi todos. Por el contrario, la cooperación permite aunar esfuerzos y sumar beneficios para todos.
- El principio del crecimiento ilimitado conduce inevitablemente a la catástrofe, en forma de colapso ecológico y humano. Puesto que no existen recursos ilimitados, sustentar una economía basada en el crecimiento sin límites es de una irresponsabilidad suicida. ¿Tienen hijos quienes defienden y aplican estas políticas?
- La privatización de los servicios beneficia a una minoría reducidísima, perjudica a la mayoría y potencialmente es catastrófica para casi todos. En efecto, un servicio prestado por una entidad privada es un negocio, que por definición debe tender a excluir a cualquier cliente que no resulte rentable. En cambio, un servicio público se basa en el principio de que aporta quien tiene y en función de lo que tiene y disfruta del mismo quien lo necesita y en función de su necesidad.
Ahondado en lo último, está claro que muchos de nosotros somos (y probablemente lo sigamos siendo todavía) aportantes netos a las arcas públicas. Pero no nos engañemos, si aspiramos a criar y educar a nuestros hijos y a disfrutar más adelante de una vejez digna y sin incertidumbres, puesto que en algún momento seremos beneficiarios netos de ese sistema de servicios públicos, está en nuestro interés la calidad y universalidad del mismo.
Por poner un ejemplo, contar con un seguro sanitario privado no es garantía de nada, ya que en el caso de un problema serio de salud, que suponga un desembolso económico considerable, la empresa con la que tenemos contratado el servicio pondrá en movimiento su maquinaria para desentenderse de un cliente tan problemático. Sólo un sistema sanitario público, cuyo objetivo último no es la rentabilidad económica, sino el bienestar de las personas, asegurará que se ponen en marcha todas las medidas posibles. En ese momento podemos llegar a ser beneficiarios netos del sistema, sin que para ello tenga que llegar necesariamente la edad de jubilación. Es más, puede ser que lo recibido multiplique por mucho lo que hayamos estado aportando durante todos los años previos.
Y que nadie se engañe: problemas de este tipo puede encontrárselos cualquiera. Las historias reales de personas económicamente arruinadas en EE. UU. a causa de una enfermedad grave debería hacernos reflexionar. Estamos hablando incluso de ciudadanos con un nivel económico medio-alto, que a una circunstancia inesperada de este tipo, ya de por sí bastante desgraciada, tienen que sumar el desmoronamiento de todo lo que habían podido conseguir con esfuerzo a lo largo de su vida. Y la pesadilla no acaba, porque llegada la ruina económica, para uno y para los suyos, la esperanza de recobrar la salud finaliza: si no sigues pagando, no recibes más tratamiento.
Mi hermana es funcionaria. La mutua le ofrece la posibilidad de elegir quién le prestará los servicios sanitarios. Con buen criterio, dado sus problemas serios de salud, ha optado por la Seguridad Social. Es evidente que ninguna empresa privada podría haberle prestado la atención que ha recibido hasta ahora.
No nos engañemos: si surge la necesidad, se descubre que sólo un minoría ínfima se beneficia de un sistema sanitario privado; sólo aquéllos que pagan más impuestos de lo que podrían recibir en el caso de que tuvieran necesidad de un tratamiento que fuera costoso en extremo.
Alguno podría argumentar que una situación así no tiene por qué presentarse. Por mi parte, prefiero pagar impuestos en exceso y ser un aportante neto, antes que vivir con la posibilidad de que, ante unas circunstancias fortuitas de ese tipo, mi vida y la de los míos se derrumbe por completo.
Si hacemos cuentas, cualquiera puede comprobar que, salvo una minoría muy reducida, a la larga todos somos beneficiarios netos de un sistema de servicios sociales públicos de calidad. Si no lo acabamos siendo económicamente, lo seremos en cualquier caso en tanto que podremos vivir sin la angustia de que unas circunstancias desgraciadas casuales puedan acabar de un plumazo con todo.
Se puede entender que una persona que pertenezca a la élite económica (esa minoría que nunca será beneficiaria neta de un sistema avanzado de servicios sociales públicos), por razones éticas, de solidaridad, etc., vaya en contra de sus intereses personales y defienda ese sistema. Lo que no se puede entender es que un beneficiario neto (es decir, la inmensa mayoría de la población) vaya en contra del mismo, apoyando con su voto políticas de privatización que en cualquier caso le perjudican. Sin ánimo de insultar e intentando ser meramente descriptivo, a eso se le llama ser imbécil.
Lo que sucede en este país (y desgraciadamente no es el único, ni mucho menos) es que hay una amplia capa de la población que se encuentra presa del espejismo de una supuesta bonanza económica de la que se siente partícipe. Cuando las grandes empresas no hacen más que aumentar una y otra vez sus beneficios, millones de pobres diablos, a los que les llegan algunas pequeñas migajas, se creen algo y se identifican con un programa que hace bandera de la privatización de los servicios públicos. Todo en nombre de la eficiencia, la supuesta mejora de la calidad y conceptos por el estilo. Y, curiosamente, ese discurso cala, aunque vaya en contra de cualquier evidencia.
Cuando muchos despierten de ese sueño, el batacazo que se van a dar será monumental. Mientras tanto, los que en ningún momento nos hemos dormido, seguiremos sufriendo a nuestro pesar las consecuencias de lo que eligen quienes son víctimas de ese espejismo. Nosotros y nuestros hijos. Y lo sufriremos como pérdida de nuestra calidad de vida: jornadas prolongadas de trabajo, desplazamientos interminables en condiciones penosas, listas de espera, hacinamiento, degradación de los servicios educativos y sanitarios, incertidumbre respecto a nuestro futuro, degradación del espacio natural y muchas otras cosas.
Ellos también lo sufren, aunque no lo sepan. El problema es que otros lo sufrimos no por propia decisión, sino por la suya. Lo cual, aunque sea duro decirlo, no estoy dispuesto a perdonarles.
MK
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