Llevo un rato delante de la hoja en blanco para contar que desde el sábado tengo un nudo en el estómago. Desde que me dijeron que una compañera mía de la universidad se había suicidado hacía pocos meses.
Se llamaba Idoia, pero ni siquiera recuerdo como se apellidaba. Eso sí, desde el sábado tengo su imagen en la retina.
Era una persona muy tímida, extremadamente tímida, de una timidez rayando en lo enfermizo y, por lo tanto, con muchos problemas de integración. Hija única a la que, según me dio la impresión, no le habían fomentado nunca las relaciones personales (probablemente es un comentario muy injusto pero lo digo según lo siento).
Traté con ella sobre todo el segundo año. Quedaba con ella de vez en cuando los fines de semana. Salíamos a dar una vuelta y a tomar algo por Las Arenas. Era una chica encantadora.
Después, poco a poco, nos fuimos distanciando y al final de la carrera, aunque seguíamos en la misma clase, ya apenas nos tratábamos: unos comentarios casuales según nos veíamos.
No puedo dejar de pensar que yo también he formado parte de su vida y que pertenezco al grupo de personas que podía haber hecho algo y se quedó quieto. Me limité a poner las escaleras pero no le enseñé cómo subirlas. Ahora que tengo una hija que se rinde fácilmente ante los obstáculos que encuentra en su camino, me duele aún más.
Nueva RESEÑA
Hace 3 semanas
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