jueves, junio 18, 2009

Un día...

A las 8 de la mañana me acerco a la puerta. Aquello parecía una excursión. Primer error.

Llegué pensando que sería la tercera y me colgaron un cartel con el número 65. Primera decepción.

Diez minutos más tarde el caos se apodera de la gente. Una señora grita al hombre de la camiseta naranja que ella había llegado media hora antes y no estaba apuntada en la lista, otra, con una niña en la mano, pregunta cuál era su número, un chino con un casco de moto en la cabeza grita que los demás juegan con ventaja, un hombre de color, teléfono móvil en mano, discute de no sé muy bien qué.

¡Buf! Me apoyo en la pared y espero.

Dos hombres a mi lado hablan sobre la situación del mundo universitario de este país. “La educación de este país ha hecho recaer sobre los padres gran parte de las responsabilidades educativas” escucho. Creo que es verdad.

A las once de la mañana ya se han repetido hasta la saciedad los nombres de cientos de personas.

Y seguimos esperando.

Un rato de descanso. Lechuga, tomate, jamón y queso. Me preparo un bocadillo y otra vez a la tarea.

De doce a una y media todo es más relajado. Unas risas con otros conocidos. Hablamos de viajes y verano; niños y problemas.

Ya han pasado cinco horas. Todavía queda la mitad, pero nadie me había indicado que a partir de entonces todo era peor. Imposible concentrarse con aquel murmullo constante dando vueltas alrededor de mi la cabeza. No leo, no escribo, sólo miro a los demás. Gente conocida y desconocida sentados en el suelo, por las escaleras. Todos huyendo del sol.

A las tres y media regresa la locura. Todo el mundo grita y se descompone cuando descubren que en vez de a la puerta están en medio de la calle. A mi lado, una mujer que acaba de llegar, despotrica de aquellos que intentan avanzar puestos sin derecho alguno.

Y yo reafirmo mi poca fe en la naturaleza humana.

Las cinco menos cuarto y ya veo la luz al final del camino. Nos movemos en oleadas. Me aproximo a la puerta. Mi temor entonces es que no voy a llegar a tiempo. Un día perdido.

Pero este año la suerte está a mi favor y, diez horas después, salgo de allí con dolor de cabeza, pero con la alegría de haber apuntado a mis hijas a las actividades extraescolares del año que viene.

¡Verídico! Y no olvidéis que la realidad siempre supera a la ficción.

2 comentarios:

Ángeles Ibirika dijo...

¡jajajaja! Lo que me he podido reír... al final. Porque durante toda la narración me has tenido pegada a la pantalla, con los ojos como los de un búho. Me preguntaba qué cosa maravillosa concedían en esa cola, digna de los tiempos de las cartillas de racionamiento.
Hasta para narrar algo cotidiano eres genial.
Gracias, preciosa.

Ana Iturgaiz dijo...

Es ridículo de puro absurdo. Allí cientos de padres sufriendo para que los niños empiecen en ajedrez en septiembre y lo dejen en octubre. ¡Si es que no tenemos remedio!

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