lunes, septiembre 28, 2009

Cuentos

No sé si sabéis que soy lectora de toda la vida. Desde que con diez años, en una tarde aburrida en la que mi hermana y mi madre se habían ido al dentista, me cogí Heidi y me la leí de un tirón. Era una versión de esas de la editorial Juventud en la que había una página con texto y otra con un resumen en forma de cómics.

Pero lo mío siempre han sido las novelas. Cuanto más gordos, mejor. Los cuentos –relatos los llaman ahora ¿o no son lo mismo?– siempre me han parecido demasiado cortos. Va el autor y te deja con la miel en los labios cuando llega lo mejor. Y es que no tienen final. Y a mí, que a veces soy más simple que el desarrollo de una berza, me parece frustrante.

Pues bien, ésta ha sido mi filosofía de lectura hasta hace cuatro días. Días en los que sin quererlo me he convertido en escritora –me río de mí misma cuando me escucho definirme de este modo– de relatos e incluso de microrelatos. Que ¿cómo ha sucedido? Fácil. Como una no se come un rosco como escritora, se apunta a los concursos que ve por ahí y claro pues le toca hacer lo que le piden, que para eso es muy mandadita.

Y he descubierto que es mucho más complicado de lo que parece. Por que, a ver, ¿cómo demonios se cuenta una historia en menos de 1000 caracteres. Rápido y rápido, claro.

Pero, en fin, es lo que hay y lo peor de todo –después de tantas quejas– parece que no lo hago tan mal.

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