Delante de mi oficina se reúne un grupo de hombres todos los días para ¿estar? ¿pasar el día? ¿beber?. No lo sé realmente. Supongo que para todo ello a la vez.
Hasta ahí todo bien. Si gritan, cantan, lloran o discuten, lo ignoro porque yo nunca lo he visto.
Pero esta mañana me he encontrado con algo que me ha dejado bastante perpleja. A las siete y media de la mañana había tres hombres inclinados en un banco en medio de una calle, ni siquiera estaban en el parque. Cuando me he acercado, he visto una botella de cerveza en el suelo y que se entretenían jugando a las cartas.
A las siete y media de la mañana, cuando la mitad de los españolitos están en la cama y el resto camino del trabajo.
Uno de ellos temblaba, no sé muy bien si a causa del fresco de la mañana o del mono de cerveza o del terror de pensar que aquél era el único sitio donde rerfugiarse.
Y se me ha caído el alma a los pies cuando he pensado en los gastos absurdos que hemos hecho en casa en los últimos días. Pero lo peor no es eso, lo peor es tener la certeza de que en un par de horas esa escena y esos rostros se habrán volatilizado de mi memoria y seguiré pasando por la vida sin mirar a los lados, como un regente de una república bananera.
1 comentario:
casi nunca los vemos, ¿no?, parecen que se confunden con el paisaje. El otro día uno me llamó la atención, no sé bien por qué, y le di lo que llevaba suelto. No sé cuántos más dejé de ver ese día. Son como invisibles. Y cuando los ves, siguen siendo personas invisibles
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